Cuando se pierde a un ser querido, el dolor se centra en la ausencia, en el terrible dilema que nos impone la separación definitiva y la imposibilidad de realizar los sueños que se quedan para siempre en el tintero. Nunca más... es lo más terrible que debemos aceptar.
Sin embargo, muchas familias se ven divididas, a veces de forma irremediable, porque al dolor de la muerte se une el de un rencor, un odio, pues consideramos que tal o cual persona tuvo responsabilidad directa o indirecta y es algo que no vamos a perdonarle jamás. Entonces alimentamos ese sentimiento negativo en nuestro interior y lo mantenemos vivo para que nos recuerde que debemos permanecer odiando o sintiendo rencor hacia aquel al que, pase lo que pase, no queremos perdonar, pues lo consideramos causante o responsable de lo sucedido. A la pérdida se suma el rencor por lo que el otro hizo o dejo de hacer, y día a día nos convencemos de que el otro debe pagar (aunque nada podrá jamás resarcirnos por ello (no es cierto?) y vamos por el mundo cargando nuestra pena y el rencor que alimentamos asociado a ella. Personas en esa situación jamás lograrán superar su pena ni volver a la vida.
Y es que lo que sucede con el odio y el rencor es muy particular: va matando lentamente a quien lo siente, sin que nadie pueda evitarlo. Como dice Buda: "Guardar rencor es como tomar veneno y esperar que el otro muera". Por mucho que desees que el otro reconozca su error para que tú puedas recobrar la paz interior, eso no sucederá.
El mantener vivo un dolor, una ofensa, un resentimiento es algo que nos amarra al pasado y nos hace cargar algo muy pesado, que se hace más pesado cada día, que nos hace lentos, nos hiere como si hubiera sido ayer y afecta nuestra relación con el entorno (con los que nos rodean, con la vida en general). Nos encadena a una idea fantasiosa: "cuando él o ella haga esto, recién podré estar en paz". Pero eso es totalmente falso. Nada de lo que haga te hará recuperar la paz si tú no has decidido ir por ella.
No pretendo que por un post las personas vean la luz y decidan acabar con resentimientos antiguos o abrir su corazón al perdón, pero sí quisiera sembrar la idea, desde la propia experiencia.
Hace unos días participé de un taller llamado ESPERE (Escuelas del Perdón y la Reconciliación), una organización que nació en Colombia y ahora está en muchos países, y ha llegado hasta Uganda, en el África, y fue una experiencia maravillosa. He abierto un nuevo capítulo en mi vida, dejando atrás una pena de la que ni siquiera era consciente y que venía arrastrando desde mi niñez.
Hoy puedo decir con total seguridad y convicción que perdonar es recuperar la libertad del espíritu y encontrar un camino a la plenitud personal. Sé que eso no le interesa mucho a quienes aún sufren el dolor terrible de haber perdido a un hijo, pero si a ese dolor se ha asociado a un rencor obsesivo que afecta y daña a la persona, más que la pena misma, mi deseo más profundo es que pueda hacer algo al respecto que le devuelva la salud interior.
Nunca dejaremos de llevar un dolor en el corazón, pero el rencor no debe compartir ese espacio sagrado.
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