En unos días se cumplirá un año de la muerte de Camila Sánchez Herbón, una bebé de tres años que jamás sintió las caricias de su madre ni su angustia ni su lucha por el único derecho que rogó para su hija: una muerte digna.
En este blog compartimos los padres que tuvimos que resignarnos a la separación de nuestros hijos, y muchas veces no logramos superarla, y en ese contexto una historia así pareciera no tener lugar, pero quisiera compartirla pues, por el contrario, creo que puede ayudarnos a comprender el valor auténtico de la vida y del amor, que no tiene relación con el tiempo ni con la trascendencia de lo vivido.
Tras un parto complicado, la niña nació muerta, pero se la reanimó durante 20 minutos y se la conectó a un respirador. “A partir de ese momento todo fue tristeza", dijo la madre, Selva. Como no respondía a ningún estímulo, llenos de amor y esperanzas la sometieron a diferentes tratamientos de estimulación, pero jamás logró recuperar ninguna función. No oía, no sentía, no hablaba, no se movía ni tenía conciencia, hasta que le declararon "estado vegetativo permanente", y comienza para los padres un proceso en el que deben definir qué tipo de “vida” está teniendo su hija, sólo sostenida por soportes de vida artificiales (que la proveen de alimento, agua y aire) y cómo deben actuar, queriéndola como la quieren.
La madre confesó en una entrevista que, alentada por
Quienes pierden un hijo, no siempre pueden encontrar quien entienda su dolor, su desconcierto, su vacío. Este espacio está a disposición de quienes han pasado por una experiencia así o de quienes deben acompañar a un padre o madre que lo está haciendo. Tal vez mi experiencia y la de mi esposo, al pasar por ese trance, pueda ser útil a otros para darle un sentido a la pena, a la pérdida, y así hallar una salida al final de ese largo y oscuro túnel...