martes, 30 de septiembre de 2014

Mi hijo se suicidó...

La mayoría de visitantes de este blog han perdido a un hijo pequeño, muchas veces un bebé, aunque también hay los que comparten la pena de haber perdido a un hijo mayor. Sin embargo, creo que nada se compara a ser padre o madre de alguien que tomó su propia vida y acabó con ella. Pensando en ellos escribo esta nota, que puede ser útil para todos, pues antes de su fatal determinación, quienes terminaron con su vida caminaron por la calle y por su casa, lucían como cualquier vecino, y nadie pudo imaginar que pensaban terminar de la forma como lo hicieron, sumiendo a sus seres queridos en una desolación muy difícil de superar.

No es un hecho único o extraño
Una de las secuelas de estas muertes queda con los sobrevivientes, padres y familiares en generales, que suelen pensar ¿por qué no lo vi? ¿Cómo no hice nada para impedir algo así? Y el sentimiento de culpa se instala en su alma para vivir ahí por largo tiempo, sintiéndose más solos que nadie, incomprendidos, y sin posibilidad alguna de consuelo ante una realidad que nunca terminan de entender.
Sin embargo, la información disponible apunta a que estamos ante un fenómeno mayor de lo que muchos pensaríamos.  Según cifras publicadas el suicidio de jóvenes entre 15 y 24 años ha crecido más de un 300% desde 1950, y sólo en los Estados Unidos se producen cerca de 35.000 suicidios por año, de los cuales 5,000 corresponden a jóvenes entre 15 y 24 años.