martes, 3 de marzo de 2015

La liberación del perdón

Cuando se pierde a un ser querido, el dolor se centra en la ausencia, en el terrible dilema que nos impone la separación definitiva y la imposibilidad de realizar los sueños que se quedan para siempre en el tintero. Nunca más... es lo más terrible que debemos aceptar.
Sin embargo, muchas familias se ven divididas, a veces de forma irremediable, porque al dolor de la muerte se une el de un rencor, un odio, pues consideramos que tal o cual persona tuvo responsabilidad directa o indirecta y es algo que no vamos a perdonarle jamás. Entonces alimentamos ese sentimiento negativo en nuestro interior y lo mantenemos vivo para que nos recuerde que debemos permanecer odiando o sintiendo rencor hacia aquel al que, pase lo que pase, no queremos perdonar, pues lo consideramos causante o responsable de lo sucedido. A la pérdida se suma el rencor por lo que el otro hizo o dejo de hacer, y día a día nos convencemos de que el otro debe pagar (aunque nada podrá jamás resarcirnos por ello (no es cierto?) y vamos por el mundo cargando nuestra pena y el rencor que alimentamos asociado a ella. Personas en esa situación jamás lograrán superar su pena ni volver a la vida.
Y es que lo que sucede con el odio y el rencor es muy particular: va matando lentamente a quien lo siente, sin que nadie pueda evitarlo. Como dice Buda: "Guardar rencor es como tomar veneno y esperar que el otro muera". Por mucho que desees que el otro reconozca su error para que tú puedas recobrar la paz interior, eso no sucederá.